El Palacio de Bellas Artes es uno de mis lugares favoritos en el Centro histórico de la Ciudad de México.
Tan sólo caminar sobre el mármol de su explanada me fascina; ya sea de día, cuando el sol deslumbra en el blanco del Palacio, o de noche, cuando las luces le dan un toque glamoroso.
Desde niña este lugar me pareció encantador.
Recuerdo que mis padres me llevaban a conciertos, exposiciones o diferentes actividades culturales y al final o en el intermedio, solíamos tomar un poco de aire desde sus balcones.
La acción me resultaba maravillosa, porque me sentía la princesa del Palacio.
Fue en la universidad, cuando lo visité con más frecuencia; la cercanía de la escuela al Centro Histórico hacía que en un abrir y cerrar de ojos me encontrara en el Palacio con mis compañeros de escuela.
Muchos, en el experimento de usar la cámara fotográfica capturamos a los pegasos que se encuentran en la explanada y también acudimos a inauguraciones para cumplir con la tarea de entregar una crónica, un ensayo o una nota.
Además, en las recomendaciones de lectura de mi padre, me topé con el libro de Arráncame la Vida de Ángeles Mastreta, y me sorprendí de cómo la protagonista se enamora del director de orquesta que ensaya en Bellas Artes.
La historia dice que es un lugar que se diseñó en 1904 a petición de Porfirio Díaz.
El italiano Adamo Boari comenzó la obra, pero entre el hundimiento de la estructura y la Revolución Mexicana, el Palacio se concluyó hasta 1934 con murales hechos por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, y fueron creados especialmente para el Palacio.
La triple cúpula es de mosaicos naranjas, plata y oro, razón por la que tiene esa tonalidad oxidada.
También cuenta con esculturas que representan las artes y a la inspiración.
Es un lugar que vale la pena detenerse a verlo por el exterior y contemplar las flores que tiene en el contorno, las máscaras, esculturas y múltiples detalles que lo hacen tan bello.
Al interior, es un verdadero placer, tanto por los murales, la estructura, sus escaleras, la duela, las lámparas, vale la pena y aún más si hay una buena exposición por recorrer.
Me significa momentos muy gratos y bajo cualquier pretexto lo recorro con gusto.