El primer cuadro de la Ciudad de México es fascinante.
Tiene de todo, es posible observar a la gente, caminar, disfrutar un trago, comer, visitar museos, hospedarse, antrear o visitar las tiendas, en fin... es tan plural que resulta posible encontrar lo que se busca.
Me gusta recorrerlo e imaginar cómo fue cuando los aztecas lo habitaban, cómo fue con los conquistadores, o en la independencia, la revolución, las crisis, manifestaciones, festejos, uff, si pudiera hablar tendría un sin número de anécdotas.
Suelo arribarlo desde la Avenida Juárez para ver la Alameda, el Palacio de Bellas Artes, la Torre Latino, echar un vistazo al edificio de Correos y luego hacer mi entrada triunfal por la calle de Francisco I. Madero, pasar por los azulejos y llegar al Zócalo.
Sentir cómo se me impone el Palacio Nacional, la Catedral, el Palacio del Ayuntamiento y por supuesto la plancha con su asta bandera.
Mi historia con el Centro se remonta a mi abuelo, quien aprendió a ser joyero entre estas calles.
Era todo un personaje, al que le daba igual decir que era originario de Oaxaca, Chiapas, Sonora o de la entidad federativa en la que se encontraba o con quien platicaba; quién sabe si en verdad fue chilango y quién sabe si en verdad nació en el año de 1900.
Lo cierto es que me gusta la historia que contaba y que mi padre apenas hace unos días me relató:
Justo en los arcos que rodean al Zócalo, donde hoy se encuentra el Hotel de la Ciudad de México y hay tiendas joyeras o los tradicionales sombreros, había un judío que vendía joyería en oro a muy bajo precio.
Así que mi abuelo decidió comprarle una variedad de artículos para después revenderlos en el mercado de Chapultepec y Bucareli, donde por cierto conoció a mi abuela.
Fue así que nació y creció su negocio; años después dejó el mercado y rentó un local en la calle de Madero, donde se instaló la joyería bajo el nombre de La Borda.
A mi padre y mis tíos les tocó trabajar, y estudiar ahí.
Cuando era niña y pasábamos por Madero, mi padre solía contar esa parte de la historia de mi abuelo.
Para cuando entré a la universidad, pasar por La Borda se volvió una constante, porque encontré el gusto por las calles del Centro.
Hay muchas vivencias.
Recuerdo que cuando acudí a mi primera marcha del Ángel de la Independencia al Zócalo (era en protesta de las muertes de Acteal), me sentí muy cansada a la altura de Bellas Artes, pero al entrar por Madero, los gritos de protesta resonaban por la angosta calle y nos unimos más.
En un 15 de septiembre me di el lujo de ir a la fiesta callejera por la tarde y en otro año fui invitada por una amiga a la casa de su abuela en la calle de Tacuba y pude ver los ríos de gente que acudían al grito.
He disfrutado conciertos como el de Silvio Rodríguez, Lila Downs, Compay Segundo y hasta al de Café Tacuba, donde casi nos asfixian a mi hermana y a mi.
También me he enamorado.
Fue el escenario perfecto para las primeras citas con mi MUS y sigue siendo nuestro lugar.
Solemos pasear por sus banquetas y aunque vamos con la encomienda de un mandado, terminamos envueltos entre sus calles y actividades.
Le han invertido mucho dinero para hacer que el centro histórico de la Ciudad luzca como el de las ciudades europeas.
La última novedad es que Madero será 100 por ciento peatonal, lo que dará paso a las sombrillas en las que se pueda ver pasar el tiempo y también para que las estatuas vivientes puedan lucir mejor.
Me gusta, me gusta mucho el Centro, lo han renovado y hoy es un lugar que se puede pasear.